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CRÓNICA | Su deceso en 2018, en plena conmemoración del Día de la Juventud, simbolizó el trágico destino de los jóvenes venezolanos

Una bala “fantasma” acabó con Ányelo Quintero Rivas durante una protesta

En 2018, cerca de la medianoche del 12 de febrero -fecha cuando nuestro país  conmemora la gesta heroica librada por la juventud en La Victoria (Aragua) en 1814-, se despidió de este plano el joven merideño Ányelo Quintero Rivas, tras casi ocho meses de agonía producto de una herida de bala en la cabeza.                                

 La coincidencia de su muerte con la efeméride, devino en triste metáfora del destino que aguarda a la juventud disidente del régimen autoritario y despótico de Nicolás Maduro: ausencia de Estado de derecho, inseguridad, incertidumbre,  exclusión, persecución, represión, cárcel, muerte, impunidad….                                  

Sin embargo, muchos jóvenes venezolanos siguen apostando a un cambio político que permita drenar todas las perversiones que nos acongojan e inaugure un nuevo espacio para la esperanza fecunda.

“Sangre que no se desborda / juventud que no se atreve / ni es sangre, ni es juventud / ni relucen, ni florecen”, nos previene el poeta español Miguel Hernández en “Llamo a la juventud”, un canto alentador dirigido a quienes se alzan en la lucha diaria, en medio de las dificultades.                                                                                                                           

Ányelo Quintero fue uno de esos venezolanos imprescindibles que supo abrirse paso a base de fe, esfuerzo y constancia. “Fue un guerrero, en plenas facultades vitales y también mientras estuvo en agonía. Siempre luchó por su vida y por las cosas que quiso. Fue un trabajador incansable. Se dedicó al ramo de la construcción y la electricidad. Cuando muere estaba proyectando construir una vivienda a su hijo, pero la crisis económica del país era un inconveniente, cosa que no ha cambiado”, nos contó Yurlexy Andreina Rivas, hermana de Quintero y quien se ha encargado de guardar con celo la memoria de su pariente, sin ahorrar calificativos para demostrar su amor filial.   

 

Antes de caer postrado en una sala del Instituto Autónomo Hospital Universitario de Los Andes (Iahula), el joven merideño llevaba una vida semejante al común de los venezolanos afectados por la crisis económica, política y social, pero a pesar de todos los inconvenientes siempre soñó un destino mejor para su familia y el país.                                                        

El miércoles 28 de junio de 2017, cuando Venezuela atravesaba la tercera oleada de manifestaciones pacíficas que habían estallado tres años antes, el joven merideño se encontraba en la calle San Isidro del sector El Trapichito, en la localidad de Ejido, junto a un grupo de vecinos que salieron de sus casas a demostrar su descontento por la crisis humanitaria.                                                  

Apenas transcurrido unos minutos, irrumpieron al lugar funcionarios de diversos cuerpos de seguridad del Estado y bandas de pistoleros irregulares que decidieron acabar la protesta violentamente, sin piedad. La situación fue confusa y en medio de los disparos cayó el cuerpo de Ányelo Quintero con una bala encajada en el parietal derecho, con pérdida de masa encefálica.

La escena posterior no es difícil de imaginar: todos los protagonistas de aquel episodio de horror huyeron del lugar, dejando tras de sí muerte, dolor, impotencia, rabia, confusión y un repugnante olor a impunidad que aún se respira entre los vecinos de la localidad merideña.                                                                           

“El asesinato de Ányelo sigue impune. En medio de la confusión de aquel día, nadie sabe quién disparó. Las investigaciones iniciales no arrojaron resultados. Tampoco hay testigos del hecho, porque al parecer cedieron ante las amenazas y prefirieron guardar silencio. ¿Qué te puedo decir? Para la justicia es como si nada hubiera ocurrido. Para ellos todo se olvidó”, nos confiesa Yurlexy sin ocultar su pesar.

De la agonía y la lucha del “guerrero de Ejido” -como cariñosamente lo recuerda su hermana- pueden dar fe médicos y demás trabajadores del Iahula, quienes desde su posición hicieron todo lo posible durante ocho largos meses para que permaneciera entre nosotros, pero la herida que recibió causó estragos en su humanidad.                                                                                                                                                

A tres  años de aquellas protestas que estremecieron al país y a la comunidad internacional, Yurlexy Rivas renovó su llamado al Estado venezolano para que investigue de forma transparente el asesinato de su hermano, a fin de determinar las responsabilidades y las sanciones, de acuerdo con lo establecido en la normativa legal vigente.          

PERFIL

Ányelo Rafael Quintero Rivas nació el 20 de julio de 1989. De profesión constructor y electricista, resultó herido el 28 de junio de 2017, cuando se registraba una protesta en Ejido, municipio Campo Elías, Mérida. Quintero no logró superar las graves consecuencias del disparo que recibió en la cabeza. Tras una larga lucha, murió a la edad de 28 años en las instalaciones del Instituto Autónomo Hospital Universitario de Los Andes (Iahula),  el 12 de febrero de 2018, cuando faltaban 15 minutos para finalizar el lunes de Carnaval y Día de la Juventud.

LETRA MUERTA

“Los ciudadanos y ciudadanas tienen derecho a manifestar pacíficamente y sin armas, sin otros requisitos que los que establezca la ley. Se prohíbe el uso de armas de fuego  y sustancias tóxicas en el control de manifestaciones pacíficas. La ley regulará la actuación de los cuerpos policiales y de seguridad en el control del orden público”. (Art. 68 CRBV, 1999)

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