CRÓNICA | EL ESPÍRITU LIBRE QUE SE LLEVÓ LA REPRESIÓN

El caso de Diego Arellano

Eran aproximadamente las 10 de la mañana de un día martes y había comenzado a lloviznar. Dos amigos, José y Diego, coinciden camino a su trabajo en una nueva manifestación en la redoma de San Antonio de los Altos. Se saludan, se abrazan y como la vía está trancada deciden quedarse. Consideran que la gente protesta por razones legítimas: la exigencia de derechos humanos, los de todos. El grupo demanda ser escuchado pero la respuesta de las fuerzas de seguridad del Estado es reprimir de forma descontrolada. Ante el ataque, los más osados tratan de responder de cerca con palos y piedras.

Un piquete de la guardia deja separados a José y a Diego a ambos lados de la carretera. Por el altavoz de una de las tanquetas salen risas y bromas humillantes. Una ráfaga que no suena a perdigones disparada desde otra tanqueta, detiene por unos segundos a los manifestantes. José alcanza a ver a Diego cuando se va hacia atrás. A toda velocidad brinca la isla, otro joven lo estaba sosteniendo y él solo atina a preguntar, “Diego, ¿estás bien?”. Ya no hablaba, estaba como privado. Un hilo de sangre salía del centro de su pecho. Era 16 de mayo de 2017. Horas más tarde, Diego Fernando Arellano De Figueiredo moría en la Policlínica El Retiro, por el impacto de una rolinera cilíndrica de plomo. Tenía 31 años.

“Las escopetas de perdigones no dejan balística. Entiendo que ellos (la GNB) pueden destapar los cartuchos de perdigones y rellenarlos con este tipo de plomo o con algunos otros artefactos, y bueno, cuál es la idea de hacer eso si no es, lesionar de gravedad, asesinar…”, argumenta José Contreras, el único familiar de Diego, testigo presencial del hecho y quien fuera presionado en varias ocasiones para declarar sobre lo sucedido ante miembros del Sebin, el Cicpc y el Ministerio Público.

El nexo con alguien que considera su hermano de vida lo describe en tiempo presente, mientras se le quiebra la voz. “Diego es mi mejor amigo desde que tengo 11 años, algo así. Lo conocí en los scouts y toda la vida trabajamos juntos con serpientes venenosas, de hecho, yo logro convertir lo que fue mi pasión de niño y mi profesión gracias a él. Es el padrino de bautizo de mi hijo, quien también lleva por nombre Diego. Nuestra amistad, creo que era algo de otro planeta. Era mi hermano, el tío de mi hijo, mi compañero de trabajo, todo… todo”.

Las horas de caos, angustia y acoso

En la Políclínica El Retiro, el día era de crisis en escalada. Los enfrentamientos de la mañana del 16 de mayo habían dejado alrededor de 25 heridos por perdigones y el centro de salud estaba colapsado entre familiares, allegados, medios de comunicación y cuerpos policiales.

José entra a la sala de emergencias con los paramédicos y va sosteniéndole la mano a Diego. Una doctora lo ve y le pregunta:

– ¿Quién eres?

– Soy su hermano.

– Hay que esconderte porque va a venir el Sebin.

Al momento de montar la camilla en el ascensor, José se da cuenta que todos no van a caber y en un lapsus de raciocinio, decide dejarle espacio a los médicos para que vayan con Diego. “Le suelto la mano, me aparto y él me dice: ¡José! Volteo y lo veo y vuelve a decir mi nombre y buscarme con la mirada. Supongo que no veía. Me voy corriendo por las escaleras al quirófano. A él lo pasan al quirófano y a mí me meten en un cuarto de emergencia pediátrica”.

Un Fiscal del Ministerio Público aborda a José para interrogarlo y él se niega a declarar. Seguidamente, cuenta que, en la clínica aparecen funcionarios del Sebin para buscar a los heridos de perdigones y llevárselos. En medio de la tensión, los médicos le indican a José que llame a la mamá de Diego, quien logra llegar a pie y toda mojada, por el llanto y por la lluvia que había arreciado.

“Estando en la habitación de emergencia de pediatría oigo un grito durísimo y salgo corriendo hacia el quirófano. Me agarran unas enfermeras, me sientan en una silla y llega una funcionaria del Sebin y se me para al lado. No dice nada. Solo se para al lado”.

La oficial trata de levantar a José de la silla. La mamá de Diego discute, se interpone e impide que se lleven al joven. Las enfermeras tratan de mediar, de apelar a la conciencia de la funcionaria sobre el momento de shock que están enfrentando los familiares. La mujer cede a medias mientras se escucha el bullicio de patrullas policiales. La gente que está en la planta baja de la clínica se altera. “Llegó una comisión del Cicpc, muy, pero muy grande. Unos 40 funcionarios, no sé… Eran muchos, muchísimos”.

Los representantes del Cicpc se acercan a José de forma menos agresiva, le piden la cédula y también le insisten en que declare. Él vuelve a negarse. “Recuerdo inclusive, que uno de ellos me dice: tienes que confiar en nosotros porque estamos por el camino del medio y lo que queremos es ayudarlos. Y yo le digo, hermano, un funcionario de seguridad del Estado acaba de dispararle a mi mejor amigo en mi cara; ¿cómo me pides tú que yo confíe en ti? Recuerdo esa escena”. La versión con la que se queda José de ese momento es que ambos cuerpos policiales tenían órdenes cruzadas y que en todo caso, los delegados del Cicpc “evitan” que el Sebin se lleve al joven pues, al ser testigo de homicidio, el caso le compete al Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas.

En medio del episodio, Diego Arellano es declarado muerto. Los médicos le permiten acceso a sus familiares para verlo por última vez. “Diego estaba ahí. Su mamá lo abrazó. Yo me acerqué también y lo abracé y le di un beso en la frente. Nos sacaron”. Abogados defensores logran finalmente entrar a la clínica, ubican a José y actúan para que no sea detenido por ningún organismo de seguridad, mientras organizan el procedimiento para su declaración y el traslado en un vehículo personal.

Pero la ruta no fue expedita. En la vía los hicieron volver a la redoma de San Antonio para hacer todo el levantamiento planimétrico del suceso y que José empezara a describir todo desde el lugar de los hechos. Ya la Guardia Nacional se había retirado. Cuando pensó que el operativo había concluido, otra comisión del Cicpc Caracas llega al sitio y le informa al joven que debe rendir su testimonio en la Subdelegación de Los Teques. El trayecto hasta las oficinas donde tuvo que volver a declarar estuvo marcado por el agotador traspaso de barricada tras barricada. Ya es de noche. José por fin es autorizado para irse y junto a su familia, deciden terminar de pasar la conmoción de lo vivido refugiados en casa de unos amigos.

 

No estaba sonriendo. Se fue privado del dolor.

Una captura del momento en el que Diego es sostenido por un equipo de paramédicos para colocarlo en la camilla de la ambulancia, se convirtió en una imagen icónica de los jóvenes caídos en las protestas antigubernamentales de 2017, pues el gesto de su rostro fue interpretado por la audiencia como una sonrisa que dio pie además, a varias suposiciones de tipo místico. Su mejor amigo y su hermana lo conocían lo suficiente, como para saber que lo que registró la foto que se hizo viral, fue todo lo contrario.

“Conocí a Diego bastante bien, desde que éramos niños. Conocí sus expresiones, las más bellas, las más feas, cuando estábamos bebiendo, cuando no, llorando, riendo y puedo afirmar que Diego estaba apretando los dientes del dolor. Quizá el ángulo de la foto da otra impresión, pero no era una sonrisa. Aclaro esto simplemente en honor a la verdad”, precisa José Contreras.

“Diego tenía una forma de hincar la mejilla hacia atrás cuando sentía muchísimo dolor, y sabemos que eso es así porque al ser deportista, Diego había tenido muchísimas lesiones. Yo sé que, para mucha gente, esto suena un poco chocante, pero es que es la realidad, ¿sabes?”, declara Ariana cuando le tocan este punto y aprovecha la aclaratoria para añadir que el malestar que experimentó su hermano en ese momento, ni siquiera le permitió articular palabra, tal y como se lo relató una vecina de la familia, que también estuvo junto al joven: “Trata de ser fuerte, intenta ser fuerte, y Diego lo que hacía era asentir con la cabeza. Diego no era capaz de emitir ningún sonido.”

 

Nos tocó enterrar al pequeño de los tres

“El 18 de mayo volé para Venezuela, y estuve en el entierro de mi hermano que fue el día 19 de mayo, en el Cementerio del Este en Caracas. Mi otro hermano mayor, que vivía en Curazao, hizo lo mismo. Ambos nos enteramos a través de las redes sociales y llamando por teléfono a todo el mundo para ver qué era lo que había pasado. A los pocos minutos me mandaron la foto y, efectivamente, era mi hermano. Y nada, pues, nos tocó enterrar a mi hermano… El pequeño de los tres”, relata Ariana Arellano.

Aunque durante el sepelio el lugar estuvo acordonado por agentes del Sebin, la ceremonia se realizó con “la normalidad” de todo lo que implica el asesinato de un joven. “Mucho dolor, angustia, incertidumbre, rabia, porque sabemos que la justicia en este tema no iba a ser rápida, ni efectiva, ni nada por el estilo”, acota José, quien al presente todavía no renuncia a la posibilidad de un veredicto para los responsables. “Mantenemos la esperanza de que se haga justicia por Diego y por todos los fallecidos por las protestas y no sólo por las protestas, sino por todos los venezolanos que mueren en este país producto de la violencia, las agresiones, la corrupción, el hambre, todo…”.

A cinco años de la muerte de Diego, José Contreras sigue armándose de valor cada vez que le toca dar testimonio sobre lo sucedido. “No puedo permitirme ser víctima. Es difícil no asumir declarar cuando eres testigo de algo como esto, y más cuando es alguien que conoces, te importa y es tan cercano a ti. Sé de mucha gente que estuvo en la protesta, que vio lo mismo que yo. Sé que quizá no declararon por miedo y yo eso lo entiendo, pero yo no podía permitirme, como no puedo permitirme hoy, ser víctima de ese miedo que es real, que existe. Cada vez que uno cuenta esto, a uno lo invade una sensación de que en cualquier momento alguien va a escuchar, alguien va a tratar de callarte, de silenciarte, pero bueno… Es el precio que toca asumir”.

Con toda una vida hecha fuera del país, desde antes de que arreciaran las protestas, Ariana se niega a guardar ilusiones. “Yo, al no ser religiosa, no le echo la culpa a Dios de lo que ha pasado. No espero que Dios haga justicia, porque no creo en Él. Yo creo que, como sociedad, buscamos la justicia nosotros, y tenemos que hacer lo posible porque esta justicia se materialice. Nadie debe irse sin pagar por haber matado, por haber violado, por haber cometido un crimen. Nadie debe irse sin pagar por ello. Nadie, ni los que mataron a mi hermano, ni los que mataron a los otros muchachos, ni los que torturaron a todos los muchachos que metieron presos y a todas las personas que siguen presas todavía, esa gente tiene que pagar. A esa gente tenemos que hacerla pagar nosotros como ciudadanos que hemos sido vejados por todo el régimen en Venezuela”.

Luego de la salida del país de Luisa Ortega Díaz, exFiscal del Ministerio Público, Ariana explica que el caso de Diego terminó de estancarse. Aunque existe toda una recopilación de material gráfico y las grabaciones de cámaras dispuestas en varios sectores de la Redoma de San Antonio, la sede de los bomberos y algunos locales comerciales, aparte de las declaraciones de los testigos, las últimas gestiones de la investigación llegaron hasta 2019. La familia Arellano De Figueiredo posee copias del expediente y de todos los trámites realizados, pero nada ha sucedido, ni ha sido posible la identificación de los funcionarios del destacamento de la Guardia Nacional involucrados en la protesta del 16 de mayo de 2017.

“Nosotros sabemos que en Venezuela no se va a hacer justicia, que no se va a proceder con un acto jurídico como tal… es por eso que nosotros participamos en distintas ONGs, porque sabemos que el caso de Diego no es único, y que va en el contexto de una serie de acontecimientos que han ocurrido estos años con respecto al gobierno de Maduro… Nuestras esperanzas están en los organismos internacionales para que procedan, porque ellos lo que han hecho es dilatar el proceso en el tiempo. Entonces, entendemos que ellos no van a hacer absolutamente nada más, hasta que algún organismo internacional les presione, como se ha visto en estos últimos días con la CPI, y que se proceda a hacer una investigación”.

Recuerdo a mi hermano todos los días de mi vida

“Muchas veces me preguntan ¿Cómo era Diego? Diego era feliz, un alma libre, un espíritu latente, aventurero, buen amigo, y sobre todo buena persona… él era mi cómplice, mi amigo, no lo puedo describir de otra manera”.

Biólogo egresado de la UCV, scout y karateca, Diego Arellano sufrió por ver a su familia desmembrada, pues el deseo de su padre era que sus tres hijos, una vez graduados, buscaran la forma de salir del país, pues no veía mayor futuro con las políticas adoptadas por Hugo Chávez. Cada uno hizo lo propio, pero Diego solo estuvo fuera de Venezuela entre 2010 y 2012. Decidió volver en primer término porque sus planes no salieron como esperaba y segundo, porque quería seguir dedicado a su pasión y especialidad, la herpetología. Siguió conectado con su alma mater y depositó su esperanza en el logro de un mejor futuro para su país. Ese ideal fue lo que lo llevó a participar en las manifestaciones que empezaron a registrarse a partir de 2014. “Diego pensaba que si todos salíamos a protestar íbamos a salir del régimen, y porque él veía las injusticias, porque él creía que esa era la manera… era un chico al que no le importaba lo material, que vivía y le gustaba estar en un monte metido con sus animales, con sus bichos, como les llamaba él. Diego era una persona sencilla, era un hombre justo”, recuerda Ariana.

La mamá de Diego sufrió un shock que la dejó hospitalizada en la misma clínica donde fue declarado el deceso de su hijo, y por tanto, estuvo incapacitada para reconocer el cuerpo en la morgue de Los Teques. Tras el suceso, salió de Venezuela en 2018 y ha sobrevivido a la pérdida lo mejor que puede. “Mi mamá llora y sufre por él todos sus días, porque que te maten un hijo… no existe dolor más grande en el mundo que ese”.

“Para mí, mi forma de honrar y de acordarme de mi hermano es a través de las fotos, a través de la música que él escuchaba, su música reggae, y eso es lo que hago. Yo, cuando ando en el carro o cuando estoy en casa, pongo su música, escucho las canciones que a él le gustaban y veo sus fotos, su recuerdo, de cuando éramos pequeños, de las cosas que hacíamos, esa es mi manera de honrarle su memoria, todos los días de mi vida”.

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Podcast «Memorias de la Represión – Episodio 19: El caso de Diego Arellano»

16/05/2022

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