CRÓNICA | “Mamá, me cansé. Yo voy a pelear”. La historia de Roberto Durán

Sus compañeros de trabajo le decían Tuki, de cariño, por lo extrovertido, popular y su manera folklórica de hablar. Le encantaba vestirse con ropa deportiva de marca y comenzó desde abajo, como asistente, con muchas ganas de avanzar. Tomó la llegada de la paternidad como una bendición y eso lo comprometió más con su sueño, de llegar lejos y triunfar en el mundo de la televisión deportiva internacional. Sin embargo, los fuertes enfrentamientos que se registraron en Barquisimeto, estado Lara, en contra de las políticas gubernamentales, fueron cambiando el ánimo de Roberto Enrique Durán Ramírez, hasta que el 28 de junio de 2017, decidió salir para no volver. Cargaba un escudo de lata sin asas y tenía 24 años.

Una sola vez bastó

Más de dos horas duró el examen forense que dio como resultado la extracción de una metra, de la herida de dos centímetros de diámetro y de forma ovalada que presentó en el pecho Roberto Durán. El impacto fue en el esternón y la metra habría penetrado en forma descendente al cuerpo, según lo reportado en el momento de los hechos por el diario El Impulso. El equipo multidisciplinario que se presentó en la morgue del Hospital Central Antonio María Pineda estaba integrado por funcionarios del Eje de Homicidios del Cicpc y de la Unidad Criminalística Contra la Vulneración de Derechos del Ministerio Público, junto con Alfonso de la Torre, auxiliar de la Fiscalía 21 con competencia en Derechos Fundamentales.

En las calles donde creció, Roberto tenía otro sobrenombre. Le decían El Chino. Vivía en la comunidad de El Malecón, y siempre visitaba las residencias Terepaima. A raíz de su asesinato, William Durán comentó a los medios, que su sobrino no estaba de acuerdo con la crisis y la represión que enfrentaba el país. “Criticaba el Gobierno. Como todo joven se quejaba de la situación y quería un cambio”.

Sin embargo, El Chino nunca había participado en protestas, hasta que el miércoles 28 de junio viendo la magnitud de la convocatoria que logró el denominado Trancazo nacional, se entusiasmó y por primera vez, decidió salir y reunirse con la gente que manifestaba dentro de las residencias Terepaima. Pasadas las 4:30 de la tarde, un grupo de jóvenes de la denominada Resistencia, llegó hasta las instalaciones de la Comandancia General de la Policía, a una cuadra del conjunto residencial, y allí fueron recibidos por un piquete de funcionarios.

Al grupo de choque se fueron sumando cada vez más personas. Para reforzar la confrontación, los funcionarios de Polilara solicitaron el apoyo de un contingente de la GNB, acción que empezó a dejar heridos con perdigones. Cuentan también que Roberto se quedó junto a los jóvenes para “guerrear” con ellos, en una de las plazas del bloque 8 de las residencias Terepaima. “Él cargaba un escudo de lata, pero este no tenía agarradero. Hubo un momento que los verdes disparaban desde las rejas. De repente más de diez, abrieron las rejas y se metieron para el edificio. Muchos corrieron y El Chino dejó caer el escudo. En el momento en que se agachó para recogerlo, el guardia disparó y allí salió herido. Corrió unos pocos metros, pero no pudo, cayó”, recuerda uno de los presentes.

Ante lo sucedido, los cuerpos de seguridad se retiraron. La moto que llevaba a Roberto para ser auxiliado le pasó por enfrente a su hermana, Rosángela, quien había salido a buscarlo. Ya iba muy mal herido y en la Clínica IDB de la calle 34, informaron que llegó sin signos vitales.

“Si ellos tienen madre, que se vean reflejados en mí”

Roberto fue la víctima número 11 registrada en la entidad, cuando estaban por cumplirse 90 días de protestas en el país. Su caso no tuvo mayor cobertura, a excepción de los medios de la región y ONG dedicadas al levantamiento de los casos por ejecuciones extrajudiciales en el contexto de ejercicio del derecho a la manifestación pacífica

Su madre, la señora Libia Ramírez, tuvo que asistir a la morgue al día siguiente, cuando le llegó la noticia fulminante, pues el miércoles se encontraba en una zona en la que ni siquiera tenía ningún tipo de cobertura. La acompañaron familiares y amigos, ya que solo dos semanas antes, el padre de Roberto había sufrido un ACV.

Ahogada en llanto, atinó a dejar salir su dolor al diario El Impulso, en tres frases: “(Roberto) Estaba luchando por nuestro país, en una protesta con otros muchachos. Nunca estuvo en vagabunderías. Yo lo que pido es justicia, que se haga por mi hijo, que me lo robaron, me le quitaron la vida… Que se haga eco esto a todas las madres de hoy, que están pasando por el mismo dolor que el mío, por favor les suplico que se haga justicia, porque dicen que fueron funcionarios… Si ellos tienen madre que se vean reflejados en mí, en el dolor que yo estoy sintiendo”.

La hermana de Roberto, Rosángela Durán, fue quien asumió el seguimiento y la vocería de un caso, que según sus palabras “se manejó con mucho hermetismo” desde un principio. Recientemente, reiteró la denuncia de que no se ha producido ningún avance en la investigación. “No queremos adulaciones de ningún parte. Sé que últimamente se ha movido el caso pero lo que queremos es resultados. Queremos que se encuentre la respuesta a la cadena de mando, que responda el comando 120 de la Guardia Nacional, quienes ellos (el Ministerio Público) tienen plenamente identificados”, declaró el 5 de abril de este año, asistida por la ONG Provea.

“Yo no voy a estar recogiendo cables toda la vida”

Al momento de su muerte, Roberto dejó huérfanos a dos niños, José Ignacio y Alesia, de apenas 5 años y 3 años, respectivamente. Uno de sus compañeros de trabajo recuerda la emoción con la que celebró la noticia de su novia embarazada y cómo eso lo alentó aún más a labrarse un futuro dentro del canal regional Somos TV, empresa en la que le dieron cabida como asistente de cámara, porque su madre trabajó en el área de mantenimiento durante años.

“Nos reíamos mucho porque nos decía, ya tú vas a ver… Yo no voy a estar recogiendo cables toda la vida, hermano. Yo tengo que aprender, yo tengo que aprender… Y poco a poco a fue aprendiendo hasta que pasó a hacer camarógrafo… Era un muchacho muy determinado a superarse y salir adelante. Era pura risa y como el encargado de hacernos reír a todos cuando estábamos de viaje”, recuerda con nostalgia un colega de la época, acotando que debido a su empeño, Roberto ya había conseguido trabajos para las señales deportivas de Venevisión y MeridianoTV.

Sus hijos viven hoy en día con su mamá y su abuela, pero Rosángela cuenta que el niño mayor muestra los impactos de la ausencia de Roberto. Con tan solo 10 años “se deprime y lo llora, sobre todo en las fechas especiales”. Con el peso del activismo por su hermano y los esfuerzos por sacar adelante a su propia familia, Rosángela declara con voz seca. Sus palabras salen neutras, con una especie de vacío, detrás del muro que levantó para que la emocionalidad no la sobrepase… “Es muy difícil vivir una experiencia como esta y decir que uno está bien, porque siempre está la herida abierta. Solo aprendí a vivir con el dolor”.

Todavía hoy, Rosángela recibe fotos, videos y sigue enterándose de cuentos, anécdotas y momentos gratos compartidos con sus amigos, que le reafirman lo especial que fue Roberto con todo el que tuvo cerca. “Era el mejor compañero de rumbas, se dedicó a ser feliz y a vivir, amaba a sus hijos y jamás criticó a nadie”. Lo último que supo su gran amigo, colega de trabajo y cómplice de aventuras, se lo compartió la señora Libia, cuando se vieron posterior a su muerte: “Lo último que le dijo a la mamá fue ‘mamá, me cansé. Yo voy a luchar, yo voy a pelear, porque de esto dependen mi familia y mis hijos”.

Libia Ramírez cambió drásticamente. Llora mucho, en silencio, y solo asiste a homenajes y misas dedicadas a su hijo. Más nunca concedió entrevistas. A cinco años de su muerte, tampoco volvió a hablar con alguien sobre lo que pasó con Roberto.

 

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28/06/2022

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