Crónica | Mi corazón se quedó pegado a la reja de Ramo Verde
Se fue el 14 de enero de 2020, con el pasaporte y un bolso con tres camisetas y dos pantalones. Se fue por carretera, vía Colombia, junto a otras dos familias, y tardó once días en llegar a Valdivia, Chile. Era martes, día de la Virgen de La Pastora, y todo lo que dejaba atrás le desmoronaba el pecho. Se fue corriendo, aturdida, con miedo y con culpa, porque le dijeron que esa era la mejor opción y quizás la única, para seguir con vida. Pero no pudo evitar partirse en dos y quedarse en Venezuela, desmembrada en un dolor sin tiempo. Se fue y también se quedó, atada al destino del teniente de fragata Ángel José Barrios Fuenmayor, detenido en octubre de 2019 y condenado por traición a la patria e instigación a la rebelión militar contra la seguridad de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. A más de 5 mil kilómetros de distancia y cuatro años después, Edircia Fuenmayor sigue luchando para que se demuestre la inocencia de su hijo.
La mala hora
De acuerdo al testimonio de su madre, el 23 de octubre de 2019, Ángel José se encontraba de guardia en su puesto asignado en Guardacostas Vargas, San Félix, cuando fue detenido arbitrariamente en una operación tipo comando, a cargo de funcionarios del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN), y que fue activada a través de una denuncia anónima que afirmaba que el joven militar formaba parte de un plan de conspiración contra el gobierno.
Durante los primeros dos días de su detención, ningún miembro de la familia pudo obtener información sobre el paradero de Ángel. Luego, comenzaron las noticias y el horror. “Mi hijo conoció la maldad, conoció lo que es la indolencia de otro ser humano y el disfrute de causarle lesiones sobre su cuerpo”. Desde que recibió el impacto de lo sucedido, Edircia denuncia sin descanso, las torturas y tratos crueles a los que fue sometido su hijo, primero en el Sebin, luego en la sede del DGCIM en Boleíta y finalmente, en la cárcel de Ramo Verde.
Las primeras agresiones consistieron en dejarlo colgado por los brazos durante horas y golpearlo. “A mi hijo le pegaron por la espalda, nalgas, muslos y costillas, con trozos de un cable de alta tensión que él me dijo que eran como forrados, para que él de alguna forma revelara quiénes más estaban participando en esa supuesta operación militar (…) También sufrió momentos de asfixia. Le colocaron en su rostro paños húmedos con gas lacrimógeno y le envolvían la cabeza con bolsas plásticas. Eso le dejó quemaduras en su piel”.
Ángel José posee además, un antecedente clínico delicado que no tuvo la mínima contemplación por parte de sus torturadores: fue operado durante su niñez de un tumor en la cabeza y la intervención implicó la extracción de una porción de hueso del cráneo. Le quedó pendiente otra cirugía para que se le colocara una prótesis que protegiera la herida. Su aspiración era concretarla después de graduado.
Del lapso de traslado desde el Sebin de El Helicoide, a la DGCIM, Edircia repasa una y otra vez, el nivel inconcebible de crueldad al que llegaron los tormentos aplicados a su hijo. Aparte de colgarlo, “lo bañaban con las botas puestas, con aguas sucias que contenían orines y restos de heces fecales. Al no permitirle que se quitara las botas, sus pies se llenaron de burbujas con sangre y pus, que le desarrollaron una septicemia. Como a veces no se podía parar, lo pateaban por las propias botas, hasta que ya sólo se arrastraba. Resulta que ellos mismos, esos funcionaron del DGCIM de Boleíta, llevaron a Ángel en silla de ruedas hasta la enfermería, y allí buscaron cómo curarlo. Pero nunca lo sacaron al hospital”.
De pesar casi 80kg, el joven de 32 años y 1.80 de estatura, bajó a 55kg, como producto de su cuadro de depresión y desnutrición. Durante más de un año durmió en cartones en el piso de Ramo Verde porque el colchón que Edircia le llevó para la DGCIM, nunca se lo devolvieron.
Son historias de carne y hueso
Tras la odisea de cruzar el desierto y llegar hasta territorio chileno, Edircia se encontró con su hija, Dubrazka Saraí, y con su yerno, que tenían ya más de un año en Valdivia. Nunca había salido del país y cuando pensaba en viajar, se imaginaba conociendo todas las Plazas Bolívar de Venezuela. Por su mente nunca pasó que su primera vez fuera una competencia desbocada para sobrevivir a los riesgos que implican la carretera hacia el sur y el frío inclemente: perderse en el camino; esconderse entre las dunas durante horas para evadir las patrullas militares; paros respiratorios; hipotermia… Eran tantas pruebas sobrevenidas y desconocidas para ella al mismo tiempo, que sintió que lo mejor que podía hacer era encomendarse a su fe para superarlas. Sintió que el laberinto que transitaba era como el de Ángel José, y en medio de la ceguera del no saber, su esperanza la cifró en el logro de llegar sana y salva, trabajar para generar ingresos y buscar toda la ayuda posible para detener el padecimiento de Ángel José.
Una vez instalada en “la pieza” que le consiguió su hija, justo al lado, otro capítulo de pruebas comenzó. Como en Barlovento dejó su casa, sus cosas y no se llevó ni el título de profesora de Castellano y Literatura, a los 57 años, con la condición otorgada de refugiada humanitaria y su menisco izquierdo roto, se propuso salir adelante. Limpia casas, hace quesillo, vende tequeños, cuida personas adultas en los turnos de noche y es mucama y recepcionista por días, en un hotel. Edircia hace lo que salga y lo que se pueda, mientras no se presente la posibilidad de un empleo fijo. “Yo misma soy la que me levanto y me doy ánimo. Le doy gracias a Dios por la fuerza que me da, por la entereza y la voluntad, por ser perseverante y constante, y no sentir pena ni vergüenza por algún trabajo que desempeñe”.
En medio de episodios de xenofobia, de abusos, de explotación, y de acoso laboral en algunas casas que le ha tocado limpiar, Edircia logró reunir el dinero para llevarse a su hijo mayor Wilfredo, a quien dejó solo durante dos años en una casa que tenía alquilada y que presenta un compromiso cognitivo, antes denominado retardo mental moderado. La única vez que Ángel José pudo recibir la visita de su hermano en Ramo Verde, Wilfredo fue víctima de amenazas por parte de cuerpos de seguridad del Estado. A Edircia también le pesa el estado y soledad de su madre, paciente oncológica, y a quien ella cuidaba en Maracaibo. “Cualquiera que atienda a mi narración de pronto pudiera sentir que está viviendo una película. Pero no, no son películas, son historias humanas, verdaderas, de carne y hueso”.
Antes de salir del país, Edircia dejó constancia en el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC) sobre el acoso al que se vio sometida, una vez que denunció todo el caso de Ángel José, ante el Ministerio de la Defensa y la Corte Marcial Militar en Caracas, solicitando una investigación exhaustiva, verdadera, en la que se respetaran sus derechos y se velara por el derecho a su vida. La Gobernación de Miranda le quitó su sueldo como profesora y comenzó a ser vigilada y perseguida por parte de funcionarios de la DGCIM. Aún así, no sólo se acuesta y amanece luchando por la liberación de su hijo, sino que todos los días extraña su país y los afectos que dejó. “Es fuerte, cuando estás en un lugar que no es el tuyo y eres extranjero en un país, y resulta que la cultura de la empatía no está en su ADN. La gente se equivoca sin saber, con las conclusiones que saca”.
Dios necesita bajar un poquito más su oído para escucharnos
Ángel José no tiene familiares en Venezuela que lo puedan visitar, ni nadie con quien enviarle alimentos o medicinas. La mayoría son adultos mayores o personas que no tienen los recursos para trasladarse hasta Ramo Verde. En cuatro años, sólo ha visto una vez a su hijo, que ya tiene siete años. Su hija está próxima a cumplir cinco años, y Edircia trata de lograr la hazaña de poder reunir y enviar el dinero para la movilización de la niña y su mamá. Sin embargo, teme que no pueda demandarle mucho más a su humanidad, en medio de un clima gélido y de lluvias casi perennes, a las que no encuentra forma de acostumbrarse. “Me estoy esforzando demasiado y eso está afectando mi salud”.
En la búsqueda de alguna opción de comunicación dentro de su encarcelamiento, el joven militar presentó un proyecto a la directiva de Ramo Verde que le fue aprobado: reunió donaciones para comprar varios monitores y montar una sala de TV para que él y otros compañeros que también están completamente desconectados de sus familias, puedan tener algún tipo de distracción. La piel y las uñas de sus pies quedaron sensibles al más mínimo rasguño o golpe que reciba, o a la falta de agua para asearlos; sus tobillos quedaron débiles y sufre de esguinces. Para Edircia, la mayor preocupación es la urgencia que tiene su hijo de recibir apoyo terapéutico presencial, que pueda ayudarlo con el cuadro depresivo que manifiesta.
La sentencia que le fue dictada al teniente de fragata Ángel José Barrios Fuenmayor fue de diez años, tres meses y cinco días. Actualmente espera un nuevo juicio, con nuevos jueces, pues sus defensores ganaron desde septiembre de 2021, la apelación que introdujeron por falta de pruebas y cuyo resultado fue la suspensión de los cargos por traición a la patria e instigación a la rebelión militar contra la FAN. Queda pendiente demostrar su inocencia en otros dos cargos que le fueron imputados: delitos contra el decoro y sustracción de efectos pertenecientes a la Fuerza Armada Bolivariana en calidad de tentativa y complicidad. Su caso también se encuentra denunciado y registrado ante la Corte Penal Internacional.
Lo sueño bonito y feliz
Edircia tiene ya tres años fuera de Venezuela y no logra adaptarse. Tampoco es lo que quiere. Lo que más anhela, aparte de que la justicia termine de llegar para Ángel, es quitarse la aflicción que la desborda por haberse visto obligada a huir del país, y tener que abandonarlo. “Yo soy su sostén, yo soy su apoyo, yo soy su aliento, junto con Dios”.
Desde que se fue, lo sueña constantemente. Lo sueña bonito y feliz, dormida y en vigilia. “Cada vez que miro hacia el cielo, veo salir a mi hijo en libertad y yo estoy afuera esperándolo, frente a las rejas de Ramo Verde, así como cuando él regresaba de permiso y venía a pasarse sus días libres en la casa”. Desde que se fue, sufre, llora, no come bien, cojea de su pierna izquierda, estudia todo lo que puede sobre defensa de derechos humanos, aprende cómo hacer videos para redes sociales, agradece que su hijo siga con vida, y bendice a todo aquel que ayude con su causa. Desde que se fue, se interpela a sí misma, se atormenta y se pregunta si peca de egoísta, por estar tan entregada a Ángel José, cuando tiene dos hijos más y varios nietos. Pero es que desde que se fue, Edircia encuentra difícil existir en este mundo, cuando dejó su corazón tan lejos del cuerpo que habita.
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14/11/2023