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Crónica | Atrás quedó un amor, en la casa número tres

El 28 de febrero de 2018, Argenis José Serrano León llegó del trabajo, para buscar a su pequeño hijo y llevarlo, como todas las tardes, a visitar a su abuela. Desde muy temprano, en la esquina de la cuadra donde vivía, habitantes del sector Playa Grande habían trancado las vías de acceso, como medida de presión ante el desespero por la falta de atención al brote agudo de paludismo y el colapso de las aguas servidas, que afectaban a la ciudad de Carúpano, estado Sucre. Apenas salió de su casa, presuntos funcionarios de la Policía Naval comenzaron a disparar contra los manifestantes. En medio del ataque, Argenis cayó por un impacto de arma de fuego. A los 30 minutos, su padre y su pareja, Bárbara Agreda, lo ubicaron en la morgue del Hospital Dr. Santos Aníbal Dominicci. Tenía 35 años.

La plaga del abandono

Para el momento de la protesta, los habitantes de Playa Grande denunciaron a medios de comunicación que desde octubre de 2017, ya habían acumulado un estimado de dos mil casos de paludismo y dengue, como consecuencia del desborde de los colectores de alcantarillado. Los canales de desagüe se encontraban totalmente tapados, y el agua potable contaminada. A la crisis de insalubridad en la que estaban sumidas estas comunidades, se sumaban la desnutrición, inseguridad, falta de iluminación, falta de transporte público, insuficiencia de medicamentos en el CDI, y problemas con la recolección de basura.

Completamente superados por la situación, los manifestantes se negaron a ceder el paso y despejar la vía, a cambio de una promesa de mejoras sin fecha definida, por parte de autoridades regionales que se apersonaron en el sitio. Medios de la localidad reportaron que en la comunidad se encontraban efectivos de la GNB, funcionarios del SEBIN, policía estadal y municipal, entre otros organismos de seguridad, pendientes del control de la protesta. Sin embargo, como la tranca se mantuvo, los disparos y demás acciones represivas se desataron hacia el final de la tarde, contra los civiles allí congregados.

Bárbara José Agreda Martínez, tenía 21 años cuando se desató la ráfaga de disparos. Recién había despedido a Argenis, su pareja y padre de su niño, de apenas dos años de edad. Aterrada, la joven no tuvo más opción que correr, devolverse y refugiarse en su casa. Apenas escuchó que cesaron las detonaciones, fue en busca de Argenis. “En lo que yo salgo, nadie me dice nada, todo el mundo se ve las caras, pregunto por él y por mi hijo a amigos que estaban allí, y sólo había silencio. Fue una persona aparte la que por fin me dijo que se lo habían llevado en un jeep de la Policía Naval. El papá de Argenis y yo, nos fuimos entonces hasta el Hospital Dr. Santos Aníbal Dominici. Cuando llegamos, ya lo tenían en la morgue. Sólo había pasado media hora o un poco más”.

La doctora que recibió a Bárbara y le entregó el acta de defunción, le explicó que Argenis José había recibido un impacto por arma de fuego en el costado izquierdo, que le atravesó el pulmón, con orificio de salida por la tráquea. No hubo nada qué hacer. Dos amigos que lo acompañaban en el momento del suceso, afirmaron en calidad de testigos, que la responsable del disparo fue una funcionaria de la Policía Naval.

Una sola vez citaron a Bárbara en tribunales, pero la audiencia no se efectuó. “Eso fue hace como cuatro años. Nunca más me han llamado. Nunca me han dicho nada. Yo no sé nada de ese caso. Ese caso se quedó así”. Las autoridades regionales le prometieron asistirla económicamente, y eso tampoco sucedió. En Playa Grande y otros sectores cercanos, la propia comunidad tuvo que redirigir las aguas negras hacia las calles, para que sus casas no se convirtieran en pozos sépticos. Todo el sistema de ese acueducto se quedó tapado y  sin arreglar.

En 2019, la Dirección Regional de Salud Ambiental del estado Sucre, admitió que ocho municipios, de los 15 que conforman el estado Sucre, presentaban altos índices de paludismo o malaria. Según esta organización, para ese año, en la zona registraron más de 17 mil casos.

Entre marcharse y quedarse

Presionada por la intensidad de la crisis, Bárbara abandonó Carúpano y se fue para Puerto La Cruz, en busca de otras opciones, menos hostiles, para ella y para su hijo. Como madre soltera y sin ningún tipo de ayuda extra, los ingresos por su oficio original como estilista no le son suficientes, por lo que ha tenido que recurrir al comercio informal de mercancía variada y a la práctica del ahorro rotativo denominado Susu.

Han pasado cinco años desde el asesinato de Argenis José, y para Bárbara todavía es muy difícil hablar del impacto que le causó la pérdida de su compañero de vida, a quien describe como “un muchacho trabajador, que le gustaba compartir en familia y era muy conocido por todo el pueblo, ya que era muy sociable, amable con las personas, respetuoso y cariñoso”. Su hijo ya tiene 7 años y sigue preguntando por su padre, qué pasó con él y por qué no está. Bárbara tuvo que conseguirle asistencia psicológica, y le ha disimulado como puede la dura verdad de los hechos.

Atrás quedó el deseo de construir un hogar con papá y mamá. Atrás quedaron las tardes de abuelos para su pequeño, aunque Bárbara trate de mantener el contacto y compartir con sus suegros. Atrás quedaron los amigos y el equipo de fútbol Boca Sport, que Argenis José fundó para la zona. Atrás quedó sola también con su mamá, la hija mayor de Argenis, una adolescente de 16 años. Atrás quedó el pueblo natal, con sus sueños de vida tranquila y sencilla.

Bárbara sabe que le queda una vida por delante y un hijo para criar como hombre de bien. Camina, trabaja, avanza y se levanta desde otras posibilidades de ser. Sabe que es lo que corresponde, y que lo puede hacer, aunque parte de su alma se haya quedado en la avenida principal de Playa Grande, allá, en la casa No.3.

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