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EN NOMBRE DEL TIEMPO QUE NOS QUEDE

A más de 4 mil kilómetros de distancia, Giowanna Vanegas Monasterio lloró de la desesperación cuando supo que su madre, Yosida Vanegas, pasó a engrosar la desconcertante lista de mujeres privadas de libertad por razones políticas. Fue arrestada el 15 de agosto de 2023 apenas ingresó al país en una alcabala fronteriza en La Pedrera, estado Táchira, cuando el vehículo que la trasladaba hacia Maracay, estado Aragua, fue retenido por la Guardia Nacional Bolivariana (GNB). La profesora jubilada de 68 años de edad viajó para visitar a su hijo, el sargento Juan Carlos Monasterio, preso político desde 2018, condenado a 30 años de prisión y quien recientemente había sido operado de emergencia por complicaciones de salud. Durante 15 días, Giowanna no tuvo información oficial sobre el paradero de su madre. Casi un año y medio después, Yosida aún espera el inicio de su juicio, mientras pasa sus días el Instituto Nacional de Orientación Femenina (INOF), y soporta la falta de atención a sus patologías: pólipos intestinales, artrosis degenerativa y una depresión severa.

 

 

No sabía qué hacer

Giowanna se quedó en vilo con el mensaje de su madre en el teléfono, quien todavía en el momento del cruce con la GNB trataba de infundirle calma a su hija. Sin embargo, “a la hora me dice que no me puede escribir más, que le iban a quitar el teléfono, que queda detenida”. Estalló en llanto.

 

“No sabía qué hacer, nadie me daba respuestas, llamaba para allá y nadie me contestaba, me decían que no, que estaba equivocada, que no había nadie. Pero yo tenía las notas de voz de ella, donde decía todo. Incluso, en el fondo se oye al oficial diciéndole que no tiene orden de aprehensión ni nada, pero que debe esperar instrucciones”.

 

Después de 15 días de incertidumbre, Giowanna recibió una llamada de su madre en la que le alcanzó a comentar parte del sórdido periplo que había tenido que transitar. “Me dijo que algunos oficiales fueron muy malos con ella, aun sabiendo que era inocente”. En la sede de la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM) de San Cristóbal, un funcionario y una funcionaria la agredieron verbalmente. “También tenía los brazos morados y fue tratada como una delincuente”. Luego, ya en la sede de la DGCIM de Boleíta, en Caracas, estuvo encerrada en un sótano oscuro, sometida a torturas psicológicas y respirando aire viciado. “Para no preocuparme te aseguro que no me contó todo cómo fue”.

 

 

No es mucho el margen de maniobra que le queda desde la migración forzada a la joven de 38 años de edad y TSU en Informática para acabar con la agonía de Yosida, quien fue acusada de financiamiento al terrorismo y asociación para delinquir. Finalizando 2024 continúa a la espera de la primera audiencia de juicio. La última audiencia preliminar, fijada para el pasado 19 de noviembre, también fue diferida.
La situación de la profesora pensionada de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (UPEL) tiene todos los ingredientes de una retaliación. Primero, debió exiliarse junto a su hija por el acoso de las autoridades que pretenden implicarla en el caso de los drones como cómplice financiero de los hechos. Luego, al regresar al país la detuvieron y desaparecieron; negaron información y acceso al expediente a los familiares; la imputaron y la encarcelaron por hechos en los que no participó.
Desde su destino sin retorno, Giowanna se ha dedicado a mover los pocos hilos que tiene a su disposición para defender a su madre y rescatar a su hermano. A través de los abogados de confianza con los que cuenta se ha dedicado a denunciar su historia ante las autoridades a nivel nacional e internacional.

 

 

La pesadilla que llegó a nuestras vidas

 

Giowanna partió de Venezuela en 2017, buscando abrirse paso para darle mejor calidad de vida a su familia. “Ya no se conseguía nada. Mi papá y mi mamá necesitaban medicinas y comida, y como yo no tengo hijos, decidí salir y luchar por ellos. Hasta que llegó la pesadilla a nuestras vidas y dañó todo”.

 

Las circunstancias se complicarían aún más para la familia cuando en agosto de 2018 su hermano, el sargento retirado de la GNB Juan Carlos Monasterio Vanegas, fue detenido por agentes de seguridad del Estado e implicado en el intento de magnicidio con drones explosivos contra Nicolás Maduro. Cuatro años después, en agosto de 2022, fue condenado a la pena máxima de 30 años de prisión, acusado de encabezar la operación y apoyar en el traslado de los involucrados.

 

Giowanna explica que la sentencia hizo mella en todo el núcleo familiar. Aparte de decomisar los bienes del sargento Monasterio, la casa materna fue objeto de hostigamiento constante. “A consecuencia de la detención de mi hermano y de los allanamientos, mi papá murió en noviembre de 2018 y mi mamá cayó en una depresión muy fuerte. Tuve que traerla conmigo en 2020 porque si no también se me iba a morir”.

 

Ahora, su principal temor vive instalado en las paredes del INOF. Giowanna busca todas las vías posibles para hacerle llegar a Yosida los insumos, alimentos y medicamentos que necesite. Como es una de las presas políticas más longevas y debido a su condición tan frágil recibe apoyo y consideración de sus otras compañeras, sobre todo al momento de cargar peso. “Siento mucho miedo actualmente por el estado de salud de mi mamá y por las condiciones en las que una persona está en cualquier cárcel de Venezuela siendo inocente. Tratamos de sobrevivir a esta pesadilla y esperamos su pronta libertad porque ella es inocente de todo lo que la culpan”.

 

Vivir sin corazón y sin alma

 

La situación de esta familia está llena de abusos y aislamiento por parte de los cuerpos de seguridad del Estado. En el caso de Juan Carlos Monasterio, Giowanna no dispone de una fe de vida de su hermano recluido en el centro penitenciario Rodeo 1, no le informan sobre sus traslados, no tiene idea de si recibe atención médica adecuada y ni siquiera le permiten una llamada telefónica. Sólo sabe que su hermano ha perdido muchísimo peso y desconoce su estado de salud. Le ha enviado cartas, pero no ha tenido respuesta. Lo que puede conocer es a través de testimonios de terceros.

 

Con su madre tampoco tiene derecho a una comunicación regular. Sólo habla con ella cuando le permiten realizar una llamada desde el INOF. Sus abogados sólo la han visto dos veces este año y excepcionalmente una amiga de la familia. Giowanna no cuenta con otros familiares directos en Venezuela que puedan visitar y apoyar económica y emocionalmente a su hermano y a su madre.

 

“No sabes lo que es estar sola, sin familia y sin poder hacer nada por ellos… Sus cumpleaños, el mío, Día de la Madre, Navidad… Ya nada es lo mismo. Mi hermano no conoce a su nieto. Es como seguir viviendo sin corazón y sin alma. Es algo difícil de describir… A veces siento que no puedo más. Pero pienso en ellos y continúo”.

 

A Giowanna las noches se le van extrañando a los suyos. Es un tiempo sin estrellas en el que trata de darse ánimo por sí sola. “Cuánto no daría una persona por conocer a un nuevo miembro de su familia, por volver a compartir juntos como antes en familia. El tiempo perdido no lo podemos recuperar, pero sí aprovechar el tiempo que nos queda”.

 

 

 

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Crónica En nombre del tiempo que nos quede

03/12/2024

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